miércoles, 29 de febrero de 2012

El día del cepillo de dientes .

Desde el comienzo de los tiempos el hombre intentó lavarse los dientes.
Ya en el antiguo Imperio persa era común que los hombres lavaran sus dientes frotándolos con pétalos de amapolas y hojas de cannabis. Luego de este lavado, para el cual se congregaban en lugares especiales llamados "flotarium", salían de juerga o a conquistar nuevos territorios, según les pegara. Pero después de años de utilizar el método de la amapola y el cannabis los persas descubrieron que sus dientes no estaban  más limpios y dejaron aquel vicio.
En la Edad Moderna, llena de inventos y descubrimientos, un  navegante holandés de nombre Van Halen trae de la India un implemento que hacía furor en aquellos paisajes: el raspador de dientes. Se trata de un muchacho que por algunas monedas raspa los dientes de quien lo requiera. El joven se servía de un trapo y un poco de arcilla, con los cuales pulía la dentadura hasta dejarla reluciente. Pero este invento dura unos cincuenta años, hasta que el raspador de dientes fallece atropellado por un bisonte escapado del poco seguro zoológico de Hamburgo.
La historia del lavado de los dientes vuelve a ser noticia en la Inglaterra del siglo XIX cuando la reina Victoria,  famosa por su aliento pútrido, manda a su médico, Sir Charles Billinghurst, a encontrar la solución definitiva para quitar un trozo de bifecito al ajo que habitaba entre sus molares desde el día de su comunión, ocurrida veintidós años antes. El doctor Billinghurst viaja a Francia a entrevistar al famoso odontólogo Jean Jaurès, quien por aquellos años había descubierto las primeras caries. Jean Jaurès viaja con él a Inglaterra y lleva consigo la solución: una pico de loro con la cual arrancar la muela de la reina y con ella el pedazo de bife. Pero la guardia real lo detiene por francés y por rascarse, así es que nunca llega a ver a la reina,quien muere con aliento del rancio ajo en su boca.
En nuestro país, por esos años, el bandoneonista Ricardo Arolas se inspira en la forma de su instrumento para crear una especie de pequeño fuelle que expulsaba delgados chorros de aires dentro de la boca y de esa manera lograba quitar los restos de comida. Pero el fuelle limpiadientes de Arolas no resulta. Empecinado, se inspira ahora en el cepillo para pasar la pomada de zapatos que también Arolas había inventado, y así fabrica un pequeñísimo cepillito con finísimas cerdas. Éste tampoco sirvió, pues era demasiado chico y Arolas se lo tragó, pero volvió a construir uno a escala humana y así consiguió lo que nadie en el mundo había logrado: el cepillo de dientes. Una pieza más que nos honra y es orgullo nacional, porque los hombres de bien y las mujeres abnegadas siempre llevan sus dientes blancos, limpios y cepillados, y sus zapatos lustrados. 

martes, 21 de febrero de 2012

El día del Bidet .

Desde tiempos inmemoriales el hombre va de cuerpo. Esta obligación fisiológica viene acompañada de ciertos inconvenientes que hacen del bidet una pieza clave en la evolución y el progreso humanos.
Nos remontamos a la Inglaterra del siglo XVI, cuando el rey Enrique VIII, hombre de buen comer y de intestino liviano, ordena a su constructor oficial la creación de un artefacto que pudiera solucionar el problema del aseo de sus partes nobles, pero menos nobles. Éste, luego de ensayos secretos, le presenta al rey una silla hueca que en su parte baja poseía una rueda con manoplas de piel de conejo, la cual al pedalear hacía que el mecanismo fuese limpiando la zona. Pero el roce con la suave piel del animal disgustó al rudo Enrique VIII, quien le envió el aparato al rey de Francia a modo de insulto. La guerra entre las dos naciones no se hizo esperar, y gracias a ella hoy conocemos el bélico insulto "andá a lavarte el... etc, etc." .
La búsqueda de un elemento mecánico que sirviera para higienizarse los esfínteres aparece nuevamente en Austria, a finales del siglo XVII, cuando la casa de los Habsburgo declinaba y una extraña enfermedad de los intestinos provocaba indefinidas diarreas a la gente del palacio. Un médico de nombre Fradinger presenta lo que se denominó "cono-lavador" un aparato con forma de cono truncado con una ducha instalada en su parte superior. Para utilizarlo había que colocarse cabeza abajo, con las nalgas fuera del cono y el resto del cuerpo dentro, para así impedir que el agua sucia fluyera hacia la cabeza. Varias decenas de estos aparatos fueron instalados en los baños del palacio austríaco, pero como nadie los utilizaba se fueron tapando los caños y con el tiempo los conos sólo sirvieron para guardar porquerías.
La historia del bidet reaparece en Francia, en el siglo pasado; el diseñador de modas Jean Paul Bidette en sus ratos de ocio construye aparatos eróticos que utiliza con sus amigos. Es así que concibe la idea de lo que hoy conocemos como bidet. Un lugar donde sentarse y recibir un chorro de agua desde abajo. Pero el aparato de Jean Paul Bidette es prohibido en toda Francia, y su creador perseguido por degenerado. Por tales razones su amigo, el ganadero argentino Juan Martín de Álzaga, para salvar su invento introduce en nuestro país uno de estos aparatos prohibidos, haciéndolo pasar por una máquina para elaborar licuados de banana.
Ya instalado en la casa de los Álzaga, familia de fuertes convicciones católicas, el bidet comienza a ser utilizado como el elemento de higiene íntima que hoy conocemos, rescatándolo de su pasado sensual y lujurioso para proyectarlo hacia el futuro como un artefacto decente, cuya dignidad y decoro ya no se discuten en ninguna parte del mundo.
El bidet, un invento argentino que higieniza a hombres y mujeres, demostrando que la grandeza y el honor de nuestra nación están más allá de ideas libidinosas y perversas, logrando transformarlas y convertirlas en adelantos que ayudan al progreso y al aseo de toda la humanidad.