jueves, 18 de agosto de 2011

El día del bulín

Desde los albores de la humanidad, el hombre ha buscado tener un bulín.
Ya los antiguos sumerios descubrieron que si querían tener una amante debían tener un lugar donde verla sin que la mujer lo supiera. Para ello crearon un artilugio que llega hasta nuestros días: "el gallito ciego". Los sumerios inventaron que todos los sábados eran los días del gallito ciego, y les decían a sus mujeres que era obligatorio usar los ojos vendados para que los dioses no se enojaran. Así fue como todos los sábados metían los sumerios a sus minusas en sus casas, y sus mujeres ni se avivaban.
Los hunos también habían descubierto que si sus mujeres se enteraban de que tenían otra se enojaban, y aveces hasta podían darles un hachazo en la cabeza.
Así fue que comenzaron a buscar la manera de conseguirse un bulín. Hay que reconocer que los hunos eran un pueblo muy tosco, así que por más que buscaron no les salió el bulín, pero la solución que le dieron al problema fue sencilla: irse todos a conquistar Asia y Europa y así sus esposas no los molestaron más, y  tuvieron todas las amantes que quisieron.
En la edad dorada del Imperio Romano el bulín también fue objeto de disquisiciones y estudios.Los romanos no eran tipos fieles a sus esposas, ni las esposas eran fieles a sus maridos, así que en realidad ¿para qué querían un bulín si a nadie le molestaba que el otro le metiera los cuernos? Los romanos querían un bulín porque amaban los avances de la ciencia. Fue así que Lucio Bulo en el año 80 a.C construyó un palacio en mármol y piedra de Mar del Plata al que bautizó "Bulo" en honor a sí mismo. Pero los romanos además de infieles eran hombres tacaños, así que les pareció demasiado caro tener un palacio de ésos para llevar a sus minitas, y descartaron el invento.
Recién a principios del siglo XX, la necesidad de un bulo económico y funcional se hizo presente en la sociedad argentina. Allí, los tangueros y compadritos engañaban  a sus mujeres todo el día, de modo que exigieron al gobierno de turno que proveyera bulines a la población, amenazando con una revolución sangrienta que no dejaría oligarca vivo sobre la faz del Barrio Norte. Fue así que el presidente Marcelo T. de Alvear concedió a las fuerzas tangueras los primeros bulos o bulines que conoció la humanidad, pequeños departamentos bastante canutos, donde aquellos hombres traidores a sus señoras se curtían a las atorrantas de los cabarutes. Pero gracias al bulo, donde también se juntaban músicos y letristas de nuestra canción ciudadana a tomar mate y hablar pavadas, nacieron los mejores y más recordados tangos de nuestro tiempo.
Hoy, que los bulines están muertos, y que las esposas no se dejan engañar más, que no hay plata para cabarutes ni para atorrantas, que no hay tiempo para escribir tangos con amigos, y que la yerba se lava enseguida, digámosle al mundo todo que el bulín es un invento argentino, y que como tal, al pedo fue, pero qué lindo.